CONGRESO PARA EL CORAZÓN
La Vanguardia
Conducía bastante deprisa por la autopista de Garraf. Con las prisas y los túneles apenas percibía el paisaje. Recordaba, eso sí, que hace ya veintisiete años Salvador Llobet me enseñó que el macizo era el límite septentrional del palmito (chamaerops humilis). Los inviernos en Sitges suelen ser dulces. Algo tristes de noche y generalmente apacibles de día. Llegué al hotel-palacio de congresos con el tiempo justo para asistir al inicio del 7º Congreso del PSC y escuchar el discurso político de Raimon Obiols. Al terminar el viernes 5 de febrero comí en el chiringuito del pueblo de Garraf. En las pertinaces curvas descubrí muchos palmitos, algunos algarrobos residuales y el lento desmoronamiento de las paredes secas de los bancales. Después del arroz, el mar con su luz más exacta me deslumbró bastante como para reclamar mis gafas de sol.
Hasta el lunes por la mañana, espléndida, durante tres días y tres largas noches no vería más el sol. El resultado de la votación del informe de gestión acababa de desencadenar un cambio de escenario radical.
En las semanas, meses, anteriores al Congreso se había fraguado en un constante tira y afloja un acuerdo para la composición de los órganos de dirección del PSC. Pero este acuerdo después de la votación saltó por los aires.
Mis vivencias del Congreso son múltiples, sus enseñanzas enormes, pero no me atrevo a hacer un diagnóstico, y mucho menos a explicar con claridad qué ocurrió. Sé, con seguridad, que ésta es la pregunta que se hacen los ciudadanos y sé también que nada sería tan importante como una respuesta clara y convincente. No me acabo de atrever. De una forma poco articulada solo podré hacer una aproximación subjetiva y muy provisional.
Sí puedo decir con claridad que durante la tarde del viernes y una parte del sábado vivimos horas intensas y el riesgo de una mala salida. Podía ocurrir fácilmente que se saliera de un Congreso que había levantado muchas expectativas con un desgaste irreparable, perdiendo todos: el proyecto político, la sociedad catalana, la totalidad de los militantes y dirigentes socialistas catalanes.
Mientras saltaba al primer plano el problema de la dirección, los nombres y su composición, el Congreso continuó sus trabajos y concluyó las ponencias con una destacable unanimidad. A juzgar por los contenidos y los acuerdos no parece que se estuviese dilucidando una cuestión ideológica. El PSC sacaba adelante sus postulados renovadores, afirmaba su voluntad de conducir desde el catalanismo político un proyecto para gobernar Cataluña y proclamaba sin complejos su aportación decisiva a la gobernabilidad de España.
Pero en los pasillos, en el hall, en el bar y en las salas de reuniones el PSC parecía tener su alma en vilo. Se cortaba el aire, se expresaba inquietud. Pude ver militantes temblorosos, emocionados, llorosos con la voz entrecortada. Solidaridades generosas en todas direcciones. Algunas torpezas. Desencuentros de fidelidades personales conducidos radicalmente hasta el final.
Y el atisbo, el riesgo, de un remedo de partido de mayorías y minorías. El filo de la navaja de viejas y dispares sensibilidades socialistas que afloraban de nuevo.
Pero la cohesión trabajada durante más de una década jugó su baza. Los militantes expresaron un sentimiento, un deseo. La voluntad insistente de más atención al partido, a los militantes, a la organización, al trabajo anónimo de cada día de las agrupaciones y federaciones.
Reclamaban atención de sus líderes, mensajes claros, propuestas estimulantes, solidaridades desde la dirección. El Congreso fue, minuto a minuto, vivido con el corazón, con los sentimientos.
La sacudida inicial había sido el revulsivo para sacar sentimientos encontrados, para despertar voluntades, para exigir generosidades de todos. Un toque de atención, un ejercicio democrático, la valoración individual por parte de cada militante de su peso en el partido.
Hubo más, claro está. Sus más y sus menos. Cálculos y estrategias, atisbos de rigideces, enfrentamientos solapados.
Pero al fin un proyecto común, un liderazgo compartido, un ejercicio de sensatez política, la constatación de menos diferencias que las anunciadas, unas sensibilidades muy próximas y sólidas y una clara y decidida apuesta por la unidad. Y las condiciones de madurez y maduración para cerrar muy rápidamente las heridas, para recomponer los platos rotos, para presentar de nuevo una vajilla entera.
El PSC salió reforzado. Hizo en Sitges un ejercicio saludable y lo culminó bien. Conviene no perderlo de vista.
La sociedad catalana, los analistas políticos, pueden legítimamente ofrecer lecturas distintas. Visiones desde el partido hacia la sociedad. Y pueden preguntarse hacia donde va el PSC. Pueden incluso apuntar que los votos a unos y los menos votos a otros son un signo de giro españolista del proyecto. Pero por qué no considerar un giro catalanista, o hacia Cataluña, de estos líderes más votados?
En el fondo ésta no fue la cuestión. Fué más interna, más propia, más del alma del partido.
Y la sociedad catalana debe saber que desde una mayor claridad, un acuerdo central del Congreso anuncia la preparación de una alternativa amplia, abierta, plural, para gobernar Cataluña desde profundas convicciones catalanistas y con propuestas sociales avanzadas propias de un país moderno, europeo, civilizado. No son frases hechas, está en los papeles, está también en la tradición de los nombres, en la constancia de liderazgos fraguados hace décadas y construidos tenazmente, en la renovación avanzada, en nuevas generaciones que apuntan.
El sol, el lunes, era radiante. Desayuné sólo y cansado en el hotel. Sitges era dulce y apacible. De regreso por los túneles no vi palmitos.
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