ALGUNOS PUNTOS SOBRE COMAS
La Vanguardia
La mayoría de consellers que han formado parte de los sucesivos gobiernos de CiU han pasado discretamente desapercibidos. Se podría incluso afirmar que, en general, con más pena que gloria han retornado al dique seco, a la sociedad civil o a la sinecura compensatoria. Incluso la mayoría de los actuales miembros del gobierno enfocan su proyección pública con modestia y discreción; dosifican sus apariciones en los medios en la misma medida que proliferan sus visitas sobre el territorio. Algunos, es cierto, son más conocidos bien sea por su dilatada vida política o por su presencia fiel y continuada en prácticamente todos los gobiernos.
A la vista de la tónica general resulta aun más sorprendente la notoriedad adquirida por el actual Conseller de Bienestar Social el Sr. Antoni Comas i Baldellou. No estoy seguro que su frecuente aparición en el primer plano de la actualidad catalana responda a un afán personal y premeditado. Lo cierto es que por su estilo, su tono, sus aseveraciones y sus observaciones políticas se ha convertido en el blanco de todo tipo de informaciones y ha adquirido la notoriedad negada sistemáticamente a la mayoría de sus compañeros. Columnas, artículos de opinión, informes en profundidad, reportajes, han aportado ingredientes para una interpretación de la personalidad y la política de Antoni Comas.
Ante la insistencia de los grupos de la oposición en desautorizar y reprobar al Sr. Comas y la consiguiente polémica desatada desde hace ya larguísimos meses, el ciudadano tiene derecho a mayor información y exige la aportación de algunas claves interpretativas que den luz a un conflicto aparentemente local pero de gran calado. Intentaré aportar modestamente alguna de estas claves.
Antoni Comas llega a la política desde una dilatada vida como ejecutivo del mundo editorial. De origen humilde, obsesivamente trabajador, se convence de la relatividad del valor del dinero y una vez superados con éxito y algunos contratos millonarios sus esfuerzos iniciales se aferra a las formas y los modos de la más agresiva gestión empresarial para desmentir, la por él supuesta, predestinación obrerista y de izquierdas de la clase trabajadora.
Los mensajes del nacionalismo de Jordi Pujol encajan como anillo en el dedo en las preocupaciones personales de Antoni Comas. Más por cuestiones personales de carácter muy elemental que por una elaborada evolución ideológica. Su proyección en el campo de la política se tiñe de pragmatismo y unas pocas consignas orientadas a alcanzar sus objetivos o a satisfacer algunas de sus frustaciones. E imprime a sus colaboradores, un equipo eficaz, las propias reglas del juego. La fidelidad y las consignas prevalecen sobre los análisis y diagnósticos.
¿Qué tiene Antoni Comas que le haya proporcionado tanta notoriedad? En primer lugar es un personaje que mimetiza como pocos los gestos de su líder. Aunque de mayor estatura, cierra los párpados, entorna los ojos para hablar como el mismo Jordi Pujol, y como él, aunque quizás más discretamente, pasea la lengua por la comisura de los labios entre frase y frase de sus discursos. En todas sus comparecencias y actuaciones convergen dos vectores fundamentales, una cierta mala conciencia, o quizás obsesión, por sus orígenes humildes, la petulancia del que se sabe conocedor del medio y triunfador alejado de él, el paternalismo del que regresa entre los suyos como salvador, y la agresividad del vendedor de libros a domicilio, una de las bases más sólidas de sus éxitos editoriales.
Con estos ingredientes ha diseñado una política y ha creado un equipo a su medida. Una política orientada, sin duda, a los temas de bienestar social. Pero el móvil de toda esta política es dudoso que sea la generosidad altruista por más que se pueda aducir que Antoni Comas tiene sensibilidad, un corazoncito, ante los desvalidos. Para interpretar su actuación y su trayectoria nos debatimos siempre en la duda más que razonable de si actua por convicción o por desquite. Todos los indicios apuntan más a lo segundo.
Importa más para Comas arrebatar a los partidos de izquierdas el voto obrero, la influencia y penetración en el mundo del trabajo, la presencia en los barrios de la inmigración, que la solución de los problemas reales originados en la pobreza, la desigualdad, la injusticia o la explotación.
Partiendo de esta idea su obsesión se orienta a romper el presunto monopolio, el supuesto coto cerrado, a desactivar toda la carga combativa del otrora denominado cinturón rojo de muchas aglomeraciones urbanas de Cataluña. Ha pesado más en las orientaciones de Antoni Comas el objetivo de diluir el tono excesivamente rojizo en algunos puntos del mapa electoral que erradicar las causas de los problemas que entran de lleno en el ámbito de sus competencias.
Pero Comas ha cometido en este análisis una burda simplificación. Ha dibujado con trazo homogéneo todos los barrios obreros y de viviendas sociales de Cataluña. Al carecer de matiz se ha dado cuenta que el argumento del monopolio izquierdista fallaba por la base.
Donde durante decenios se había ido trabajando la conciencia política, la conciencia cívica, el compromiso social, el tejido asociativo, y se percibían con claridad niveles distintos de cohesión social y de estructuración de una sociedad urbana, Comas irrumpe como un caballo de Troya. En una actuación lineal, primaria, homogénea. Remueve las bases sociales más débiles, el mundo de la marginación más acuciante, los sectores sociales menos integrados, desata las más bajas pasiones engendradas en el hambre; ofrece señuelos de gratuidad donde sabe que hallará un eco inmediato. Pero después de haber desatado la tormenta, cuando amaina, en el campo de batalla no hay vencedores y vencidos. Reaparecen los mismos problemas y renacen las mismas necesidades, surgen las mismas reivindicaciones en un paisaje desolado donde los desperdicios de la reciente “arrossada” bienechora se erigen en el principal dedo acusador hacia aquellos que pretenden manejar las conciencias en lugar de manejar, dominar y erradicar la pobreza.
Removiendo en el lumpen ha desenterrado instintos reaccionarios. Donde hay pobreza e inestabilidad social no existe un coto cerrado para la izquierda. Más bien existe una correlación absoluta entre inestabilidad social e inestabilidad política. Y por ello Comas aqui no puede encontrar el eco electoral que persigue. A rio revuelto se encuentra con la abstención o incluso con ciudadanos que ni aparecen en el censo. He visto con mis propios ojos la cara de pasmo de los agentes de Comas ante esta situación.
Antoni Comas ha desplegado, sin duda, una febril actividad. Pero en lugar de atender los problemas reales o atajar las causas de algunos de ellos ha preferido orientar su actuación hacia planteamientos más efervescentes, espumosos, efímeros, de un resultado cuando menos desleído.
Hemos apuntado el error central, a nuestro entender: definir una política más por voluntad de desquite que por voluntad de transformación.
Pero la expresión de esta política, tiene algunos rasgos más que la caracterizan.
En primer lugar un impresionante aparato de prensa y propaganda. Es la condición para aparentar más de lo que realmente se hace. Es un impresionante dispositivo destinado a garantizar una amplia cobertura social en lo epidérmico. Revistas, folletos, anuncios domiciliarios, se amontonan cada semana en las dependencias de los sótanos de la oficina central de atención al ciudadano para alcanzar a sus destinatarios. Como muestra bien vale el botón de la tercera edad. Ramos de flores y obsequios para las y los centenarios, diplomas y libros de barretina y moscatel para los octogenarios, más diplomas para los matrimonios que celebran sus bodas de oro, o televisiones y vídeos para los centros de la tercera edad. Una atención personalizada que antepone el valor de la cartulina, la adulación y el homenaje a la ordenada creación y dotación de centros de día, residencias asistidas, atención domiciliaria y todas las demás opciones ya ensayadas para hacer frente a los problemas crecientes de una población cuya pirámide de edad acredita que envejecemos.
Luego la insólita gestión del parque de viviendas públicas de Cataluña a través de Adigsa. La frontera entre la empresa y el Departament es inexistible y el patrimonio y los fondos de Adigsa no siempre se destinan al único y directo fin de la gestión patrimonial. Con gran frecuencia los hombres de Adigsa actúan como auténticos agentes dobles cuando no juegan un triple papel si las empresas que contrata o incluso los que operan con subcontratas se prestan a ello. La telaraña de dependencias que se crea resulta tan eficaz como provisional y cuando la acción de rehabilitación más directa de los polígonos termina puede darse por descontado que más de un conflicto personal o colectivo quedarà como herencia.
Pero donde la endeblez defensiva y agresiva a un tiempo del departamento de bienestar social se manifiesta con toda su plenitud es en sus relaciones con los Ayuntamientos de Cataluña. En este terreno importan más las relaciones de confrontación que las de colaboración. El dato más pertinente, de acuerdo con la política del desquite, no es la objetividad del problema sino las siglas de la mayoría de gobierno. Si las siglas son afines no existe problema alguno; la colaboración es abierta e incondicional. Pero si las siglas son discrepantes puede asegurarse que el despliegue del departamento de bienestar social no regatea esfuerzos, duplicará servicios, creará redes paralelas e interferirá tanto como pueda en las iniciativas políticas locales. El campo donde se hace más evidente esta actitud es en los barrios de historia reciente. Donde ha podido, Bienestar Social ha pretendido desviar sus propias responsabilidades y denunciar el presunto abandono de dichos barrios por parte de los gobiernos municipales y se ha autootorgado la suplencia del municipio incentivando la creación de mecanismos de relación institucional excepcionales y al margen. Se ha pretendido la creación de territorios aforados, de régimen excepcional y de una relación de discriminación positiva con el municipio. En estos barrios se han cambiado las reglas del juego, se ha alterado el sentido de las prioridades en las inversiones y el trabajo social y se ha agitado el tejido social. La gravedad del tema excede la ponderación de todas las quejas acumuladas de los alcaldes de todas las tendencias. Concretemos más. Pongamos el caso de un barrio de Adigsa con deficiencias estructurales en los edificios y con déficits urbanísticos notables. De acuerdo con la legislación vigente el objetivo prioritario de Bienestar Social y Adigsa debería ser la inmediata actuación para subsanar los déficits apuntados y hacer entrega del conjunto de la urbanización al Ayuntamiento. Es decir como se exige a cualquier urbanización: terminar los servicios y entregar urbanización y equipamientos a la administración local. Pues bien, la actuación es en sentido contrario. Adigsa y Bienestar Social son administradores únicos de las viviendas y de la urbanización procurando alargar al máximo esta circunstancia. Por lo demás en estos polígonos se crean equipamientos propios: centros cívicos o centros para la tercera edad de gestión directa y sobre terrenos que deberían ser cedidos al municipio, y cuando no se dispone de la administración directa se busca la intermediación de las asociaciones para conseguir los terrenos para construir los equipamientos y oficinas propios.
Surge así la máxima paradoja: escasez de medios para realizar los equipamientos de competencia directa y exclusiva de Bienestar Social y abundancia de medios para construir equipamientos que se deberían concertar con la administración municipal. Para los municipios no es un problema de control político del equipamiento. Es simplemente un elemento distorsionador negativo de la planificación del trabajo social. En detrimento de los ciudadanos que pierden en la refriega toda la eficacia acumulada que originaba la cooperación interinstitucional.
El presidente de la Generalitat ha hecho gestos amables estos días y ha dado carta de naturaleza en el Parlament a la condición de Comas como discípulo bien amado. Algunas informaciones periodísticas han hablado del ariete Comas y el propio Pujol lo ha comparado con un crack del fútbol. Pero en el fútbol como en todo hay finos estilistas y arietes de rompe y rasga. Auténticos filigranas de las realizaciones completas o artistas de la bronca por la bronca.
Comas, con la bronca se crece. Pero luego siembra desolación. Llega a hurgar en la herida, la atempera con paños calientes, pero en el fondo no es capaz de atajar el orígen del mal. Lo malo de Comas es que ni lo intenta. Este no es su objetivo.
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DE LLEGIR I ESCRIURE
Avui
Estic francament content d’haver inspirat un full i mig del senyor Anton M. Espadaler. Vull dir que em complau de veure que una columna dóna per a una altra columna.
El meu article, però, es limitava a comentar uns fets, adduir unes opinions de dos senyors (Fèlix de Azua i Ramon Folch), i a expressar la meva pròpia opinió.
Veig, en canvi, que el Sr. Espadaler estranyament irritat per alguna cosa, es despenja amb una bona colla d’afirmacions gratuïtes, no contrastades.
Jo no gosaria, per exemple, jutjar si el senyor Espadaler és un lector complet o un lector a mitges.
Tractaré, doncs, d’enfilar de nou algun argument, no pas per ganes de justificar-me sinó més aviat amb voluntat d’aclariment.
La primera qüestió que voldria ressenyar és la relació entre una estètica dubtosa i l’afirmació patriòtica. Si prediquem tots plegats un país de qualitat, i hi ha qui hi posa molt d’èmfasi, ens cal treballar junts un paisatge exemplar. No pas per prescindir de les vaques. Sinó més aviat per atorgar a les vaques l’aixopluc adequat en l’emplaçament més correcte. Materials sòlids i integració en el paisatge. És el contrari del que passa amb certa freqüència, al camp com a la ciutat. I el més curiós, allò que ens distingeix més com a poble – molt més que la senyera – és que no succeïa el mateix en el passat.
Lamento defraudar el Sr. Espadaler. No tinc el gust llepat per la pedra repicada. Més aviat m’agraden els carreus potents, o els guixos, els estucats, els colors vius, els blauets. M’agrada el camp productiu de la pagesia, molt més que la ruralia buida i desertitzada, llevat dels caps de setmana. M’agrada el nostre paisatge agrari i el nostre paisatge urbà, amb contradiccions i tot.
I no em caldria haver llegit Pla sencer. El meu besavi matern era carboner i venia de Sant Esteve de Llèmena. El meu avi matern va combinar la feina del carbó amb el negoci de la fusta. Per la força de les seves arrels rurals va voler i poder posseir algunes finques rústegues que conreaven masovers llevat de les plantacions de pollancres que feia llaurar directament i que sovint regava ell mateix. A pagès he vist pallers i n’he fet; he vist llaurar i, simultàniament, ho he fet. He seguit d’aprop els treballs del camp. Una sola vegada, però potser ja és més que el senyor Espadaler, he ajudat a néixer un vedell.
Girona potser serà cosmopolita però el món de la pagesia queda al costat, a tocar. Molts gironins tornen a casa, a pagès, cada cap de setmana. Molts pagesos lamenten la degradació del paisatge rural per la irrupció de nous materials generalment de poca qualitat estètica.
La pagesia autèntica no ha de ser a mida ni meva ni del Sr. Espadaler. Pot ser a mida de les pròpies necessitats i a mida del gust per la feina ben feta. Els camps ben llaurats, els marges nets, els horts plens, els fruiters arrenglerats. Tot això compta.
El senyor Espadaler deu saber moltes coses, però quan parla de Girona, de mi i de pagès, no sembla que sàpiga de què va. I escriure sobre el que es desconeix deu ser reconfortant per aquell petit pessigolleig de mala llet, però és tan desagradable com llegir del que no es sap de què va.
D’ací que l’article del senyor Espadaler, a qui no conec, resulti en paraules seves desagradable. Ho és perquè escriu del que no sap de què va.
Finalment, si parlem de Girona estic segur que podrem trobar encerts i desencerts, millores substancials i retrocessos, nous paisatges i vells paisatges; realitzacions positives i negatives, de la iniciativa pública i de la privada. De la societat en el seu conjunt.
Però si parlem de gratacels horrends ens hauríem d’entendre. Si parlem de la vella estructura de formigó d’un gratacels a mig fer puc tranquilitzar el Sr. Espadaler i dir-li que fou mig partit i enderrocat ara fa uns deu anys.
Però si es refereix a l’altre gratacels el problema és un altre. Hi viu gent i val diners. I per enderrocar-lo caldria que el Sr. Espadaler compartís amb mi uns radicalismes expropiatoris que dubto que comparteixi. Si he de jutjar per la forma com escriu més aviat m’inclino a creure que el seu pensament és de sentit contrari.
Si algun dia ens trobem i vol parlar d’Eiximenis o qualsevol altra cosa no dubti a fer-m’ho saber; em trauré la mà de la butxaca i el saludaré amb amistat.
QUE VIENE EL PP
El País
Debo confesar que en los días, incluso semanas, que siguieron al famoso debate PSOE-PP en Antena 3, me sentí muy inquieto. Viví un agrio presagio teñido de pesimismo. Quedé convencido de la existencia de un cierto vendaval, de un clima adverso, de una situación general, de un estado de opinión, francamente contrario a las posiciones y a las aspiraciones del Partido Socialista. Parecía como si la euforia congresual de los populares hubiese contagiado el estado de ánimo general del país tanto en la opinión pública como en el conjunto de los medios de comunicación. La percepción subjetiva de una situación arrolladora no me dejaba tranquilo. Intuía que un conjunto muy variado y heterogéneo de factores del que no eran ajenos los casos de corrupción aireados y las frecuentes vacilaciones, indecisiones o presuntas divisiones en la dirección socialista, impedía cualquier argumentación razonable contra la acuciante y efervescente ofensiva de los conservadores.
Sin embargo, estaba convencido que había alguna forma de romper el maleficio. Convencido de las posibilidades y vigencia de la propuesta socialista debidamente depurada de los errores y la prepotencia, y después de asumir una profunda renovación a partir de una seria autocrítica. Una acción decidida, positiva, de afirmación de los valores generales del socialismo debía torcer y producir una inflexión en un clima precipitadamente preelectoral.
Repasé los argumentos a favor, relacioné en una lista los errores a denunciar:
Los errores pasados de la vieja guardia ucedista del PP, los intereses, las irregularidades, la corrupción, la falta de contenido de las propuestas, los fracasos regionales y locales, el escaso calado en determinadas autonomías, los viejos atisbos de autoritarismo, el centralismo exacerbado, los resabios de reaccionarismo religioso, la debilidad patente ante los problemas de la enseñanza, el dogmatismo de las fórmulas económicas, el escaso peso de estas propuestas entre la patronal y especialmente entre el empresariado moderno.
Reflexión ociosa, esfuerzo inútil. Nada vale tanto como la ridícula historia que nos acaba de servir en bandeja el presidente popular del Deportivo de la Coruña, Augusto César Lendoiro.
De golpe se ha disipado toda mi preocupación. La presunta maniobra política de los socialistas contra un club presidido por un dirigente del PP roza el ridículo más estrepitoso. El fantasma de la conspiración y el complot de los socialistas para evitar una victoria del Depor en la Liga no puede hacer mella en las aficiones de los demás clubs de Primera División. Produce el efecto contrario. No es un argumento creible, máxime si aparece después de penalties fallados en momentos decisivos. El fútbol puede muchas cosas pero menos de lo que cree el señor Lendoiro y nos ameniza con frecuencia con alguna polémica esperpéntica, o algun directivo poco edificante y conste que hasta ahora no lo diría por él.
Tengo simpatías por la campaña del Depor sea quien sea su presidente, actúe como actúe y piense como piense. Cuenta más que juega bien al fútbol. Pero cuando alguien antepone sus criterios políticos como excusa, a sus planteamientos estrictamente deportivos y pretende avivar desde sus responsabilidades el fuego del antisocialismo se erige en un aliado inestimable de los socialistas.
Si yo pudiese aconsejar a Felipe González le recomendaría retrasar las elecciones tanto como pueda. Desde las propias filas del PP surgiran los errores que nos servirán en bandeja la campaña. Augusto César Lendoiro acaba de prestar un servicio inestimable a la gobernabilidad del país. Creo que incluso Enrique Lacalle podría estar de acuerdo conmigo. No por afinidades políticas. Por simple barcelonismo.
CATALUÑA Y EL CULO DE LAS VACAS
El País
Los que hacemos con frecuencia el trayecto por autopista entre Girona y Barcelona andamos desde hace algunos meses algo atormentados con las obras para la ampliación a un tercer carril.
En realidad la evidencia de la mejora en los tramos ya ampliados pone de manifiesto el retraso con que se ha acometido la medida.
Sería incluso deseable que con capacidad de anticipación y sin un regateo cicatero Acesa y el MOPT se pusieran rápidamente de acuerdo para prolongar esta ampliación hasta la Jonquera. Pero incluso con los inconvenientes de las obras no se disipa la sensación de realizar un recorrido agradable, sumergido en un paisaje fértil de arboledas y frutales. Desde el Montseny hasta Girona es un paisaje agrario, dominado por la arquitectura rural, por el equilibrio de las masías, y por la fuerza de una vegetación esplendorosa.
En algunos puntos de este recorrido la armonia de los tejados, la fuerza y perfección de los arcos, la dureza y la pureza a veces algo basta de la piedra, la calidad formal del conjunto, son de una belleza incomparable.
De una inserción perfecta en el paisaje trabajadísimo desde hace siglos.
Tan perfecta que desmiente o es la excepción que confirma la regla de un pasaje durísimo y contundente de Félix de Azúa que he utilizado con frecuencia para denunciar y demostrar que nuestra pedantería como pueblo es excesiva y que distamos de ser los más limpios, los más ordenados, los más civilizados, en suma, los mejores.
Decía así Azua en un artículo de 1988: “Los pueblos y ciudades góticas de (poned aquí cualquier comarca de Cataluña) son maravillosos, pero todo lo contemporáneo es un mero hacinamiento de hangares, cobertizos, cochiqueras, y silos dispuestos de cualquier manera sin ni siquiera encalar o cubrir el ladrillo, amontonados al azar entre basuras, bidones y aperos oxidados, como si fueran campamentos gitanos”.
Es cierto que el plástico y el fibrocemento, las formas industriales opacas, han sustituido al ladrillo, la piedra o la teja árabe, en muchos casos.
Pero en mi trayecto semanal no había sabido encontrar indicios claros de tal degradación.
Hasta que un día Ramon Folch adoctrinando a un numeroso grupo de jóvenes naturalistas, entre los que me contaba por razón del cargo, nos despertó del ensueño belenístico. En mi mismo trayecto, una magnífica masía, y próspera, ostenta en su fachada como sello indiscutible de su identidad una magnífica “senyera”, pero a escasos metros de la casa, en perfecto desorden las modernas técnicas de estabulación han dispuesto un cobertizo inmenso y han situado en las mismísimas narices de la puerta los culos de las vacas.
Este caso, como muestra, podría confirmar el fatalismo de Félix de Azúa: “… por desdicha, ni el campo ni la costa tienen ya remedio. Y lo que es peor: siendo, como son, feudo de una derecha cavernícola todo lo más que se puede esperar es un remedo de escenografía wagneriana. Pero de muy mala calidad. Barata”.
Pero me resisto a creer que nuestro paisaje no tenga remedio. Sólo hay que conseguir cambiarle las prioridades al patriotismo.