Joaquim Nadal i Farreras

ANDAR

El País

Cataluña es un país pequeño. Los pliegues del paisaje nos resultan siempre familiares, casi íntimos. Difícilmente encontraríamos un rincón de nuestro territorio que nos sorprendiera por sus características o por sus dimensiones. Este tono familiar, conocido, íntimo, pequeño en suma, ha sido reiteradamente ponderado por el exilio catalán de la Guerra Civil. Existen incluso testimonios literarios del retorno que insisten en esta idea. Toda la nostalgia acumulada, toda la capacidad de evocación de nuestro país, no puede disipar el primer impacto. Acostumbrados a la grandiosidad, a las dimensiones americanas del paisaje, sumergidos en el recuerdo forzoso de tantos años viendo los Andes, la Pampa, el Amazonas, Maracaibo, o el Orinoco, México o Estados Unidos, la entrada por el Pertús y la rápida apertura hacia el Ampurdán, con el corazón todavia encogido, sorprende por su pequeñez. Nuestro país, pequeño, rico, variado, plural, eterno pasadizo de civilizaciones, roturado hasta la saciedad, cabe en un puño.

Esta familiaridad intrínseca del paisaje, este reconocimiento constante en el territorio, ha sido labrada por generaciones y ha propiciado durante mucho tiempo la vocación por andar. Cataluña tiene una larga tradición de excursionismo. Es un país recorrido en todas direcciones, palmo a palmo. Con una extensa y larga tradición cartográfica, con un buen número de geógrafos cuya vocación surge de esta magnífica tradición andariega. El conocimiento del territorio, la apreciación de los valores naturales, el esfuerzo por un modelo de vida saludable, la vocación científica de geólogos, geógrafos, metereólogos, etc. han caracterizado una determinada concepción del país. Podríamos casi afirmar que la vocación por andar configura una tradición cultural que anticipa aquí la sensibilidad ecologista en algunos decenios.

Esta costumbre, más inclinada a la andadura rural que urbana, adquirió funcionalmente nombre propio cuando una determinada marca de zapato (chiruca) se popularizó para todo tipo de excursiones salvo la especialización en escalada o alta montaña y se ha encarnado definitivamente en el imaginario catalán a través de nuestro actual President y su família.

Hoy, sin embargo, chiruca ha casi desaparecido y chiruquero o chiruqueta ha adquirido un tono si bien cariñoso algo despectivo, marginal, residual, de persona poco dada a las moderneces del siglo actual y de la alta tecnología. El tono a menudo irredento de los Kumbayás ha ido forzando claramente la visión de un país de dos culturas y a dos velocidades. Unos con el reloj parado, otros desbordados por el frenesí urbano.

Aferrados al volante, la movilidad del vehículo ha cambiado rotundamente nuestra visión del territorio. En la ciudad o en el campo el coche nos ha hecho perder matices, olores, contornos. Hemos dejado, u olvidado, algunos placeres elementales que surgían espontáneamente de la capacidad por andar y que experimentamos cada vez menos y de manera excepcional.

Hoy, sin embargo, el chándal y la wamba substituyen la vieja cultura de la Chiruca. En los alrededores de las grandes ciudades proliferan los grupos de personas de toda edad y condición que se ejercitan en el desarrollo de sus viejas capacidades adormecidas. En paréntesis cada vez más obligados recuperamos un viejo placer. Me parece muy bien que prolifere esta costumbre y que la propia dinámica de la civilización que hemos acuñado nos obligue de vez en cuando a tocar con los pies en el suelo.

Hoy vivimos instalados en la cultura del estrés, del colesterol, del marcapasos y del infarto. Sin dramatizar esta es la causa básica de un cierto retorno a la vocación de andar. O ésto es lo que me dice mi intuición cuando por los alrededores de mi ciudad reconozco grupos enteros de nuevos conversos al disfrute de la naturaleza periurbana.

18 febrer 1993 Posted by | ARTICLES D'OPINIÓ, El País | , , | Comentaris tancats a ANDAR